El jueves pasado Pilar propuso una actividad; venir disfrazados de algo que realmente no somos, de alguien que nos gustaría ser o nos llamé la atención. Durante esta semana la clase estuvimos incubando a nuestro personaje, y cuando llegó el jueves los resultados fueron asombrosos.
El mundo de los disfraces es fundamental para los niños, pues gracias a ellos representan sus pensamientos mediante el juego simbólico.
Cuando llegamos a clase fuimos saliendo uno a uno, voluntariamente, a la pizarra. Estábamos unos minutos de pie, parados sin decir nada y mostrando nuestro personaje mientras el resto decía lo que veía en nosotros y a continuación se explicaba el disfraz.
Me pareció una sensación emocionante estar expuesta ante mi clase, que al fin y al cabo son un grupo de personas que realmente no me conocen, expuesta a que me juzguen y digan lo que piensan al verme. Porque aunque lleves un disfraz, con este ejercicio dejas que digan lo que piensan de ti, lo que le transmiten tus ojos, tu sonrisa, las posturas que acoges o tus expresiones.
Nunca había hecho un ejercicio semejante, y me asombró muchísimo, pues superó las expectativas que tenía con creces.
Me ha emocionado mucho con cómo la gente ha dejado salir a su “yo” interno sin represión y ha mostrado una parte importante de sí misma. Hoy nos hemos conocido todos un poco mejor, y nos hemos unido más como familia, por lo que me fui con una sonrisa a mi casa.
Era una propuesta verdaderamente difícil porque se trataba de hacer una incubación muy profunda y llevar un disfraz que no pareciera disfraz, y con una intención positiva, de rescate y de potenciación del niño interno. Yo sentí que en la exposición de las fragilidades, en la enorme valentía del gesto, se mostró una gran fortaleza, una fuerza preciosa y de naturaleza invencible
ResponderEliminar