lunes, 15 de febrero de 2016

Un constante disfraz.

La clase que vivimos este jueves me cuenta describirla con palabras, pero voy a intentarlo.
El jueves pasado Pilar propuso una actividad; venir disfrazados de algo que realmente no somos, de alguien que nos gustaría ser o nos llamé la atención. Durante esta semana la clase estuvimos incubando a nuestro personaje, y cuando llegó el jueves los resultados fueron asombrosos.

Para empezar, el tema de los disfraces es muy curioso, creo que somos quién somos por la sociedad en la que vivimos. La vida nos va poniendo obstáculos en nuestro camino,  y vivimos una serie de situaciones que nos provocan formar corazas o disfraces. Nos vamos haciendo fuertes a nuestra manera, aunque eso implique deformar en cierto modo nuestra personalidad, como bien dice una frase de una canción que me gusta “He tenido malos roces, por eso hoy uso disfraces.” Realmente es difícil conocer como es realmente una persona, pues para conseguirlo tenemos que conocer todos sus disfraces, y a partir de ellos descubriríamos como es esa persona sin disfraz.
El mundo de los disfraces es fundamental para los niños, pues gracias a ellos representan sus pensamientos mediante el juego simbólico.
Cuando llegamos a clase fuimos saliendo uno a uno, voluntariamente, a la pizarra. Estábamos unos minutos de pie, parados sin decir nada y mostrando nuestro personaje mientras el resto decía lo que veía en nosotros y a continuación se explicaba el disfraz.
A medida que salían mis compañeros sentía que les conocía un poco mejor, pues al mostrar un disfraz, que generalmente les hacía daño, de una forma u otra, se dejaban conocer mejor. Lo asombroso, es que me sentía identificada con todos mis compañeros, ya sea por una cosa o por otra, lo que hacía que aumentara la empatía. A la mayoría de la clase se nos saltaban las lágrimas al escuchar las penas de los compañeros, y de alguna manera creo que les transmitíamos ánimos, nos los transmitíamos mutuamente gracias al ambiente cargado de buena energía que creamos.
Me pareció una sensación emocionante estar expuesta ante mi clase, que al fin y al cabo son un grupo de personas que realmente no me conocen, expuesta a que me juzguen y digan lo que piensan al verme. Porque aunque lleves un disfraz, con este ejercicio dejas que digan lo que piensan de ti, lo que le transmiten tus ojos,  tu sonrisa,  las posturas que acoges o tus expresiones.
Nunca había hecho un ejercicio semejante, y me asombró muchísimo, pues superó las expectativas que tenía con creces.
Me ha emocionado mucho con  cómo la gente ha dejado salir a su “yo” interno sin represión y ha mostrado una parte importante de sí misma. Hoy nos hemos conocido todos un poco mejor, y nos hemos unido más como familia, por lo que me fui con una sonrisa a mi casa.

1 comentario:

  1. Era una propuesta verdaderamente difícil porque se trataba de hacer una incubación muy profunda y llevar un disfraz que no pareciera disfraz, y con una intención positiva, de rescate y de potenciación del niño interno. Yo sentí que en la exposición de las fragilidades, en la enorme valentía del gesto, se mostró una gran fortaleza, una fuerza preciosa y de naturaleza invencible

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