viernes, 29 de abril de 2016

Una clase sin igual, 28 de abril.

La clase del jueves 28, fue fantástica. En primer lugar hablamos del número 16 y las sincronías producidas durante la excursión a Sigüenza, fueron 16 los que faltaron, 16 brujas, 16 Blancanieves y probablemente 16 los que no se apuntaron. Increíble. Pilar miró la carta del Tarot de Marsella, la número 16. Era la torre de la destrucción. Estuvimos analizándola, y a mi me llamó la atención que la carta tenía los mismos colores que Blancanieves; azul, rojo, amarillo y blanco. En la cima de la montaña había una llama de fuego, el fuego que llevó Pilar durante la errancia arquetítica, aunque a mí me parecía un dragón. 
Me encanta analizar imágenes, decir lo que vemos.
 Sólo con mirar la carta me vinieron miles de historias a la cabeza, lo primero que imaginé fue un hombre cayendo de la torre que estaba abierta, el hombre de atrás parecía que se asomaba para contemplar la escena, o quizá también se cayó de la torre. Impregnando positivismo en aquella imagen, imaginé dos enanos haciendo el pino al lado de la torre, disfrutando del paisaje.

También tuvo lugar una sincronía personal. Pilar explicó que esos dos seres representaban la dualidad, la polaridad. Y que coincidencia que yo lleve una semana con la dualidad rondando por mis venas; el bien y el mal, la parte oscura de nosotros y la que mostramos constantemente. La verdad me impresionó que sólo nombrara la palabra; dualidad.

Lo que está claro es que dedicando unos minutos únicamente a mirar algo y tratar de extraer información sobre eso, puedes encontrar más sincronías de lo que piensas.
Tras el descanso procedimos a la actividad de pintar. Nos encontramos frente a un papel en blanco, una tábula rasa, y varias pinturas, con una premisa muy clara; no pensar. 


Teníamos que dejar que fluyera nuestro inconsciente, sin pensamientos ni figuras de por medio. No corazones, no árboles, no montañas, no a todas las figuras. Mentiría si digo que desde el principio me pareció fácil el “no pensar”, pero no fue así, al principio dibujé una especie de cárcel, con un círculo rojo enjaulado, no pensé en dibujar eso, pero me salió sólo, sin embargo era una figura y no me sentía satisfecha, por lo que comencé a pintar con la mano izquierda, y me acabó saliendo una montaña. Me di cuenta que aunque intentase dibujar sin pensar mis manos acababan trazando imágenes ya existentes en el papel. A continuación comencé a hacer garabatos, cerraba los ojos para concentrarme, color azul, verde, rojo, negro y otros. La emoción no era positiva, como comenté en clase me cuesta nombrarla, me atrevo a decir que era desorden, caos, agobio, decepción, miedo… Fuera como fuese, siempre, predominaba el negro, se comía todos los colores, los absorbía predominando sobre el dibujo. Ponía colores encima para darle luz al dibujo pero la oscuridad se apoderaba de nuevo. Me sentía frustrada por no sacar luz a mi obra. 

Fue curioso un fenómeno que tuvo lugar con la fusión de dibujos de mi amiga Paula, ella empezó a hacer un dibujo de tonos claros, azul, marrón miel, amarillo, y con alguna raya negra. Me encantaba su dibujo, un cuadro abstracto de chorretones de pintura, que seguramente si lo hubiera hecho alguien con prestigio podría permitirse adjudicarle un alto precio. Sin embargo a medida que yo dibujaba, su dibujo se ennegrecía, cubriendo esa primitiva obra que me gustaba, hasta que acabó caótico como el mío. Fue entonces cuando percibí que la había contagiado mi mala energía, mi oscuridad, y ella la había plasmado igual que lo estaba haciendo yo. Confieso que me sentí culpable por eclipsar su claridad. 

Después de pintar hablamos y compartimos nuestras experiencias, fue una ventaja que fuéramos pocas, porque eso generó un ambiente de confianza donde pudimos decir cosas que nos guardábamos, y Pilar con sus consejos nos ayudó. 

A continuación dibujamos de nuevo con una nueva premisa, pensar en una emoción buena, y dibujarla, sin figuras, pero plasmar un sentimiento positivo. La energía cambió totalmente en mi cuerpo, los colores eran más vivos, predominaban los círculos sobre el papel, la verdad es que me relajaba dibujarlos, al igual que me relaja dibujar olas. Aunque el dibujo era caótico a mí me gustaba, era mi caos. Al final del dibujo, al ver que mi compañera Paula no quería pintar y estaba  triste, me cambió bastante la energía, por eso en el lado derecho hay una especie de mancha negra. 


Gracias a dibujar conseguí sacar gran parte de sentimientos negativos, me quedé a gusto al verlos sobre el papel en lugar de estar dentro de mí. Al llegar a casa tenía unas ganas locas de seguir dibujando, así que lo hice en mi cuaderno de sueños, añoraba dibujar formas, por lo que dibujé un corazón, y en el lado izquierdo dejé que fluyera el inconsciente, cuyo resultado final fue una especie de mandala, como un sol morado que desprendía luz. 


Mi último dibujo lo hice pensando en sensaciones positivas; cariño y paz. El resultado final fue un campo con un árbol a la derecha, donde predominaba la claridad, entrando un rayo de luz en la esquina izquierda que bañaba el dibujo. Me quedé muy relajaba tras acabar los dibujos, y como el último cuadro me transmitía positivismo decidí ponerlo en mi habitación. 

Esta clase me ha dejado huella, al igual que muchas otras en esta asignatura, y la huella no soló ha sido interna, también externa. La pintura se  quedó impregnada en mi piel, al igual que  las cosas que aprendo durante las cinco horas de cada jueves. 





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